El gran problema ha venido cuando se anuncia por todos los medios que no hay alerta de tsunami, lo que hizo que muchos volvieran a sus casas abandonando la seguridad de los cerros, y siendo atrapados por las olas en sus hogares.
Aparentemente los servicios de la Armada (fuerza naval chilena) informaron con dudas sobre la posibilidad del tsunami en Chile, al no tener seguridad, las autoridades optaron por no aumentar la histeria colectiva y descartaron la posibilidad. Ambas actitues colaboraron para desatar una tragedia tan grave, o peor que el terremoto mismo; la devastación provocada por el océano no deja grietas, no deja escombros, literal y simplemente arrasa con todo y deja fragmentos que dejan apenas adivinar que antes ahí hubo un pueblo, una casa, una calle.
Embarcaciones en medio de ciudades costeras, pampas donde antes habían poblaciones, arenales y barro donde habían carpas y veraneantes; el terremoto duró dos minutos, un rato después, el mar en tres o cinco olas (en algunas zonas alcanzando casi
diez metros de altura, en otras sólo como una marea imparable) arrasó todo a su paso. La catástrofe en nuestros corazones durará años, y para muchos, toda la vida.
Muchos lo perdieron todo, muchos perdieron la vida. Luego de los horrores desatados por la naturaleza, muchos han quedado a merced de las malas artes y debilidad de espíritu de algunos, que aprovechándose de las circunstancias y esgrimiendo el hambre como argumento (¿Cómo se comen televisores, celulares y notebooks?), despojan a los sobrevivientes de lo poco que les ha quedado. Finalmente, la gente al verse indefensa, y ante la comprensible incapacidad de las autoridades por hacer llegar la ayuda a todos de manera rápida, si cae rápidamente en la desesperación y la histeria, pasando la noche en fogatas, armados con palos y piedras para defender sus cosas, ante la posibilidad de que aparezcan estos sujetos.
Lamentablemente, de una manera involuntaria, los medios han tenido ataques de pánico y lo han contagiado a las personas, pues inevitablemente, los primeros días han transmitido sólo noticias en que se ve destrucción, saqueos y desesperación, agravando la situación y la percepción de las personas.
Hay otras historias, que lamentablemente no tienen tanta pantalla en la televisión o los diaros en estos días, y quiero compartir una, que por casualidad pude escuchar, al comentar (como todo el mundo) las vivencias durante el terremoto.
Estaba yo en una tienda de juegos de fantasía, en el centro de Santiago, comentando con los demás el terremoto y lo que pasó, cuando uno de los que estaba ahí antes que yo (que tenía ambas manos vendadas, y una pierna con un yeso reciente, que otros estaban autografiando), se despidió y se fue. Al salir, algunos de los que estaban ahí comentaron "ohh este wn la cagó, y apenas lo han entrevistado en una radio", otro contestó "es que este wn no está ni ahí (no le interesa) con andarse alumbrando (jactarse) por la weá, cachai". "¿Qué le pasó?" pregunté, y ahí me contaron por qué estaba así.
El tipo venía a esa hora con tres amigos manejando hacia Santiago, por la carretera (supongo que desde el sur), y durante el terremoto, perdió el control del automóvil que manejaba, cayendo a una enorme grieta que
se formó en la carretera, cerca de uno de los tantos pasos sobrenivel que se derrumbaron. El auto se dio vuelta, pero los cuatro lograron salir. Los tres amigos quedaron con diversas lesiones y golpes, y como el auto quedó sobre sus cuatro ruedas, volvieron a subirse para retomar la calma y pensar en qué hacer. El que manejaba, estaba adolorido, pero salió a la carretera, y al ver que algunos autos venían directo a oscuras a caer a la misma grieta, les hizo señas. Como toda la iluminación estaba inutilizada, al parecer no lo vieron, y vio con impotencia como tres autos cayeron en la misma grieta, desviándose de la carretera y algunos dandose vuelta, otro quedando en medio de la grieta. Desafortunadamente, estos autos al parecer venían a mayor velocidad, para regresar pronto a Santiago luego de la catástrofe, y tuvieron aparentemente mayores daños, y sus ocupantes no salieron. Este tipo bajó y subió el cerro en varios intentos, hasta que sacó de entre los autos golpeados a todos los ocupantes, y los dejó arriba en la carretera, forcejeando con los fierros y arrastrando a algunos que estaban en malas condiciones como para subir. Existía una posibilidad de que al llegar más autos, chocaran con los anteriores y la situación empeorara.
Los amigos en los autos trataron de contactar, sin éxito, a personas de la carretera, ambulancias o carabineros, y sólo lograron hacer parar un camión que llegó después de ellos.
Al subirse todos al camión, notaron que el amigo que los salvó a todos, había perdido el conocimiento, apoyado en uno de los autos. Tenía una pierna y dedos de ambas manos, quebrados. Al parecer, la adrenalina lo ayudó a mantenerse en pie y ayudar a sus amigos y los otros viajeros.
Uno de los amigos que estaba con él en el auto la noche del terremoto, fue el que nos contó la historia, y se emocionó hasta las lágrimas al contarla.
Como esta, de seguro hay muchas otras, por ejemplo la de la niñita en Juan Fernández, que logró alertar a la gente y con eso se salvaron muchos, pero lamentablemente, las historias más trágicas son las que acaparan los titulares.
El terremoto y el tsunami nos dejaron mucha tristeza, pero está en nuestro espíritu como chilenos, levantarnos desde cualquier tragedia y ponernos de pie, ayudar a quienes nos rodean, y mostrar de qué estamos hechos.
Con humildad y calma, estoy seguro recuperaremos nuestro país, y saldremos fortalecidos de esta lección. Lo que no nos mata, nos hace más fuertes. Nietzsche tal vez había leído algo de historia de Chile.